llustación para la primer edición de la revista española Astrolab***.
Una parte de la nota ilustrada:
"(...) Te imagino escribiendo Días de Birmania, Homenaje a Cataluña, Rebelión en la granja, La Hija del Reverendo, 1984... Mirando más allá del paisaje que muestra tu ventana, desdibujando en tu mente el color real de la pared en la que se apoya tu escritorio; corroídas tus manos largas y delicadas por una necesidad imperativa de aplacar el autoritarismo y la injusticia. Un acompañar cariñoso en la ficción políticamente reivindicativa que yo te asigno. Por egoísmo agudo, entusiasmo estético, impulso histórico, propósito político. Por ti, por mí, por un cigarrillo a medias y, una sala de estar, a medias (...)"
"No tiene 30 sillas, sino 20. Resulta que Ezequiel Gallardo (Museo
Renault, Central, Katrine) quiso abrir su propio restaurante a la calle
de 30 cubiertos. Nunca consiguió el local, pero ya tenía registrado el
nombre “Treintasillas”, así que lo utilizó. Pero de tanto que le
preguntaron -casi como si fuera un mantra fetichista- acerca de la
cantidad de sillas, se vio obligado a pintarlas en la pared (!). La
cocina es mediterránea, sencilla, de pocos pero buenos ingredientes. El
menú es de cinco pasos y cambia todas las semanas. El público tiene de
40 años para arriba; son habitués que valoran una cocina sólida y
atención personalizada. "
El dibujante argentino Ricardo Siri, conocido como Liniers, titula su blog “Cosas que te pasan si estás vivo”. Frente al dibujo, como espectadores, compartimos un factor obvio: estamos vivos. Y llegamos ahí con el deseo de dar con algo que exprese esa condición. Quizás porque la identificación resulta ser un alivio. Con ese propósito, el arte nos detiene y nos hunde en las cosas que nos acostumbramos a transitar por la superficie o a reconocer por su envoltorio, nos propone universos alternativos y revela éste. Parece querer devolvernos al idioma común y único previo a la torre de Babel, que son justamente las cosas que nos pasan por estar vivos. En este sentido la ilustración tiene una propiedad singular, porque antes de aprender a leer y a escribir, supimos observar e improvisar dibujos. De alguna manera el arte visual nos resulta para siempre un alivio de la palabra, de su linealidad y mutabilidad lenta. Jacqueline Schneider se vale del trazo, del color y de la imagen para comunicar. Saca punta y, así de afilada, nos propone su obra, las “cositas” (definición para siempre tentativa, por parte de la autora) que funcionan como un bisturí dispuesto a encontrar algo adentro nuestro, algo que está casi en la anatomía. Su trabajo tiene el doble filo de la ternura infantil combinada con la profundidad de quien sabe observar hondo. La paleta de la que dispone es un cajón desordenado en el que guarda lápices Faber-Castell nuevos, Crayola de los que tienen olor a frutas o a chicle, la Mac, una birome Bic bien criolla y algunas palabras: las justas (lo bueno, si breve, dos veces bueno). La materia prima que utiliza puede surgir de una investigación por armarios viejos como de la observación, limpia, de la naturaleza; y es sometida a una reelaboración constante: Algunos retratos requieren la economía de un solo ojo para omitir dos cejas mil veces dibujadas e inaugurar una visión. Otros prefieren flores, en lugar de ojos. El collage y la técnica mixta son los medios ideales para ella, porque a través de la superposición y en el diálogo que se pone en juego dentro de sus ilustraciones, Schneider encuentra el humor, el concepto y el mensaje. Son varias y eclécticas las herramientas con las que cuenta para concentrar varios universos de significado en una sola “cosita”. Puede enfocar el ojo sobre una serie de mujeres comunes y hacerlas personaje en la representación, revelando algunos rasgos tal como aparecen, y convirtiendo otros en caricatura. De la misma manera, le es posible crear estas heroínas de la nada, combinando antifaces, cabelleras de Gorgona y hombros desnudos. Queda claro que la mirada se detiene en lo femenino, que para Schneider las generaciones parecen sucederse de madres a hijas, que el testimonio que se pasan de mano en mano es un legado de autosuficiencia y fortaleza, incluso en sus formas más redondas. Y como artista ella le hace honor a ese legado. Es activa tanto en la experimentación como en la exposición de su trabajo. Ir a sus exposiciones es comprobar el compromiso que tiene con la comunicación de su obra. Es capaz de armar la estructura sobre la cual se monta la muestra, en galerías o al aire libre, y pasar la jornada entre los espectadores, disfrutando de esa instancia que tiene que ver con mostrar el trabajo realizado y ser testigo de la recepción. Se involucra en proyectos que la invitan a desarrollar consignas desde puntos de partida originales (“Cómo es Dios” y “Proyecto Tarot Colectivo”, por ejemplo) y a ilustrar conceptos abstractos y complejos. Y al resultado lo llamamos “cosita” porque una definición más exacta sería atroz. No son más –ni menos– que cosas que nos pasan por estar vivos, por ser nenes, grandes, mujeres, terrestres, huérfanos, viajeros, sensibles, humanos. Simplemente.
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